El Costoso Error de Confundir al Docente con el Técnico de Simulación
El costo oculto de confundir ambos roles
El aprendizaje basado en simulación (ABS) es una de las estrategias pedagógicas más potentes y transformadoras en la educación en salud. Como profesional que trabaja simultáneamente como coordinador y docente en una universidad de gestión privada y como técnico en simulación clínica en una institución superior de gestión pública, he tenido el privilegio de vivenciar en primera persona la diferencia profunda entre ambos roles.
Esa experiencia directa frente a estudiantes, simuladores y equipos interprofesionales, me ha permitido reconocer que uno de los errores más frecuentes en los entornos educativos es confundir al docente que utiliza la simulación como estrategia pedagógica con el técnico de simulación que sostiene la operación y el realismo del entorno simulado.
Este no es un detalle menor: es un error que cuesta caro en términos de aprendizaje, eficiencia, innovación, y, sobre todo, en la formación de futuros profesionales de la salud capaces de garantizar la seguridad del paciente.
Este artículo intenta explicar por qué diferenciar estos dos roles es clave para garantizar la calidad del aprendizaje, la eficiencia operativa y la seguridad del paciente, alineado con los principales estándares internacionales
No basta con tener los mejores simuladores: el verdadero salto de calidad ocurre cuando las instituciones diferencian, profesionalizan y articulan los roles docentes y técnicos.
Docente en simulación clínica: cerebro pedagógico y líder del aprendizaje
El docente que emplea simulación clínica no se limita a transmitir contenidos; es el arquitecto del aprendizaje, el profesional que diseña, dirige y garantiza que cada experiencia educativa cumpla su propósito formativo.
Entre sus responsabilidades clave se encuentran:
Definir objetivos pedagógicos alineados a competencias específicas, asegurando que cada escenario responda a necesidades concretas de aprendizaje.
Diseñar escenarios clínicos realistas y contextualizados, que permitan a los estudiantes enfrentar desafíos similares a los de la práctica profesional.
Preparar los momentos de briefing (inducción) y debriefing (análisis y reflexión posterior), considerados fases críticas para promover el aprendizaje significativo y la consolidación de conocimientos.
Evaluar el desempeño de los estudiantes, brindando retroalimentación formativa y sumativa para fortalecer tanto habilidades técnicas como no técnicas.
Certificar competencias en áreas especializadas, aplicando criterios claros, estándares validados y alineados con normativas nacionales e internacionales.
Participar activamente en investigaciones y proyectos académicos, contribuyendo a generar evidencia que nutra y redefina las mejores prácticas pedagógicas en simulación.
Los Healthcare Simulation Standards of Best Practice® de INACSL recomiendan que el diseño de simulaciones se base en objetivos claros, facilite la inmersión del estudiante y respete principios de seguridad psicológica y física. Esto requiere docentes capacitados no solo en contenidos clínicos, sino también en pedagogía de simulación.
Técnico en simulación clínica: el motor tecnológico detrás del escenario
El técnico en simulación clínica es el profesional que convierte los diseños pedagógicos en experiencias técnicamente impecables. Es el motor operativo que garantiza que cada simulación funcione con la máxima fidelidad, realismo y continuidad. Entre sus responsabilidades principales destacan:
Preparar, mantener y programar simuladores de alta y baja fidelidad, asegurando que respondan de manera precisa a los parámetros clínicos requeridos.
Operar sistemas audiovisuales, redes informáticas y softwares especializados, coordinando el registro y control de todos los elementos digitales del escenario.
Aplicar moulage (maquillaje de heridas, fluidos, lesiones) y efectos especiales para aumentar la inmersión y realismo de la experiencia.
Resolver problemas técnicos antes, durante y después del escenario, anticipándose a posibles fallas para garantizar fluidez y continuidad operativa.
Gestionar y controlar inventarios de insumos, equipos y recursos, manteniendo el stock necesario para las actividades planificadas.
Participar activamente en la creación, personalización o adaptación de simuladores y dispositivos, contribuyendo a la innovación técnica en los entornos educativos.
El SimGHOSTS Capability Framework describe ocho dominios de práctica que incluyen tecnología de simulación, audiovisuales, operaciones, salud, educación y teatro. Estos especialistas son un puente clave entre tecnología y aprendizaje, y deben tener una formación profesional específica.
Confundir los roles no solo reduce la calidad del aprendizaje: compromete la formación de profesionales capaces de garantizar la seguridad del paciente en la vida real.
El costo oculto de confundir al Docente con el Técnico de Simulación
Confundir el rol del docente que utiliza el aprendizaje basado en simulación con el del técnico en simulación clínica no es un problema menor ni administrativo: es un error profundo que impacta de forma negativa en múltiples niveles del proceso educativo y organizativo. las principales dimensiones afectadas:
Impacto en la calidad pedagógica
Diseño pobre de escenarios: cuando los docentes se ven obligados a atender tareas técnicas, el diseño pedagógico pierde profundidad. Se reducen la alineación con competencias, la adecuación de objetivos y la intencionalidad didáctica.
Debriefing superficial: si el docente está pendiente de lo técnico, no puede conducir un debriefing reflexivo, fase que según los estándares de INACSL es la más crítica para consolidar el aprendizaje.
Retroalimentación deficiente: se pierde la oportunidad de ofrecer feedback significativo, individualizado y alineado a las necesidades detectadas en el desempeño.
Impacto en los estudiantes y su aprendizaje
Reducción del realismo: sin un técnico en simulación especializado, los escenarios carecen de detalles visuales, auditivos y técnicos que generan inmersión. Esto limita la capacidad de los estudiantes para entrar en “modo clínico” y compromete el aprendizaje experiencial.
Distracciones y quiebres de escenario: las fallas técnicas no resueltas de forma inmediata interrumpen la simulación, rompiendo el flujo y disminuyendo la concentración y la seriedad con que los estudiantes se involucran.
Menor desarrollo de competencias no técnicas: las habilidades blandas como liderazgo, comunicación, toma de decisiones bajo presión y trabajo en equipo solo se desarrollan en entornos simulados que sean técnicamente consistentes y pedagógicamente sólidos.
Impacto en el equipo docente-técnico
Quema y sobrecarga de los docentes: asumir funciones técnicas genera agotamiento y distracción del rol central, afectando su motivación, desempeño y satisfacción laboral.
Desvalorización del rol técnico: no reconocer la especificidad del técnico en simulación hace que su figura quede relegada a tareas menores, desaprovechando su potencial innovador y su capacidad para aportar valor al proceso educativo.
Pérdida de sinergia: cuando ambos roles no se reconocen mutuamente, se generan conflictos, malos entendidos y fallas en la coordinación que afectan todo el ecosistema de simulación.
Impacto institucional y estratégico
Mala utilización de recursos: los equipos e insumos de simulación son costosos. Usarlos sin un manejo técnico especializado aumenta el desgaste, las fallas y los costos de mantenimiento.
Pérdida de competitividad: los centros que no profesionalizan ni diferencian estos roles quedan rezagados frente a instituciones que siguen estándares internacionales como los de INACSL y SimGHOSTS, afectando su prestigio académico y su capacidad de atraer estudiantes y alianzas.
Riesgo en la seguridad del paciente: la simulación clínica tiene como objetivo final formar profesionales competentes que mejoren la atención real. Si la formación es pobre por errores en los roles, los egresados llegan menos preparados al entorno clínico, aumentando el riesgo de errores que pueden costar vidas.
Llamado a la acción para gestores educativos
Los gestores educativos tienen hoy en sus manos una decisión crítica: profesionalizar y diferenciar los roles del docente en simulación clínica y del técnico en simulación clínica.
No basta con tener los mejores simuladores, las instalaciones más modernas ni los planes académicos más atractivos. El verdadero salto de calidad ocurre cuando las instituciones:
Invierten en la formación pedagógica de sus docentes.
Reconocen, contratan y capacitan técnicos especializados.
Fomentan la colaboración entre ambos perfiles como una alianza estratégica para la innovación educativa.
Se alinean a estándares internacionales para garantizar calidad, eficiencia y seguridad en todos los procesos.
La simulación clínica no es solo tecnología: es un ecosistema humano, pedagógico y técnico que solo funciona cuando cada actor desempeña su rol con excelencia”
Invito a todas las instituciones que integran la simulación clínica en su propuesta educativa a revisar sus estructuras, repensar sus equipos y crear programas de formación en simulación clínica que valoren y fortalezcan tanto el rol docente como el del técnico de simulación. Porque, al final, el impacto de una simulación bien diseñada no se limita al aula: se traduce en profesionales más preparados, decisiones más seguras y vidas protegidas en los escenarios clínicos reales.
Interacciones del lector
Comentarios
Paola A Carmona
Es muy importante poder *Diferenciar el rol del docente y del técnico en simulación clínica* , ya que no es solo una cuestión de organización funcional, sino un acto de compromiso con la calidad educativa y la seguridad del paciente. Cada rol aporta saberes específicos e irremplazables que, en sinergia, potencian el aprendizaje significativo. Reconocer, valorar y profesionalizar ambos perfiles es el primer paso hacia una simulación clínica verdaderamente transformadora, capaz de formar profesionales críticos, competentes y preparados para los desafíos del mundo real.
Es muy importante poder *Diferenciar el rol del docente y del técnico en simulación clínica* , ya que no es solo una cuestión de organización funcional, sino un acto de compromiso con la calidad educativa y la seguridad del paciente. Cada rol aporta saberes específicos e irremplazables que, en sinergia, potencian el aprendizaje significativo. Reconocer, valorar y profesionalizar ambos perfiles es el primer paso hacia una simulación clínica verdaderamente transformadora, capaz de formar profesionales críticos, competentes y preparados para los desafíos del mundo real.